Ocurre en ocasiones que la vida nos regala parejas inesperadas. Le ocurre a la pizza y la piña, las aceitunas y las anchoas o —cambiando de tercio— la energía solar y la agricultura. Desde hace unas cuantas décadas algunos expertos abogan por aprovecharse de las posibles sinergias entre ambos campos con un concepto que ya han acuñado como “agrovoltaica”. El palabro no deja mucho margen a la interpretación: plantea una simbiosis entre agricultura o ganadería y la generación fotovoltaica.
No es nuevo, ni desde luego exclusivo de España, pero sí ha cobrado fuerza en los últimos años, a medida que reforzamos nuestra apuesta por la agricultura sostenible y las propias renovables.
¿Qué es la agrovoltaica? El nombre no lo puede reflejar con más claridad. La agrovoltaica —o agrofotovoltaica— busca establecer sinergias entre el sector agrícola y el energético partiendo de una de las mayores y más básicas necesidades que ambos tienen en común: suelo. La idea consiste en instalar paneles solares en tierras dedicadas al cultivo o ganado en busca de un “win-win”.
Si bien puede sonar rompedora, la técnica está muy lejos de ser nueva. Adolf Goetzberger y Armin Zastrow la plantearon en los 80, pero no empezó a popularizarse realmente hasta la década pasada. Lo más común —explica Iberdrola— es que se utilicen soportes fijos que elevan las placas a cinco metros de altura, suficiente para manejar tractores bajo las estructuras, aunque hay otras opciones: paneles sobre invernaderos y sujetos por un sistema de cables que permite moverlos.
¿Y por qué, cuáles son sus ventajas? Eso: ¿por qué mezclar lechugas con paneles fotovoltaicos? Lo cierto, y aunque de primeras pueda sonar llamativo, es que la combinación deja algunas ventajas interesantes. Quizás la más evidente sea un mayor aprovechamiento del terreno, un valor clave tanto para la agricultura, cuya extensión masiva está acabando con hectáreas de arbolado en otros puntos del globo, como para el sector energético, que empieza a llevar sus paneles a lagos y mares.
Un estudio publicado en 2019 en la revista Nature concluía que con dedicar solo el 1% de los terrenos cultivables a la generación fotovoltaica tendríamos suficiente para compensar la demanda global de energía. A mayor uso de las renovables, además, menor consumo de combustibles fósiles que inciden de manera directa en el cambio climático, una de las grandes amenazas para el sector agrícola. Eso sin contar con que la agrovoltaica facilita además el propio autoconsumo con energías renovables en las explotaciones agrarias y reduce su huella de emisiones contaminantes.
¿Eso es todo? No. O al menos eso dicen sus defensores. El despliegue de placas ayudaría por ejemplo a limitar la evaporación de agua en los cultivos, lo que reduce las necesidades hídricas de la tierra al mismo tiempo que redunda en la eficiencia de los propios paneles. Como detalla BBVA, esa misma humedad se transmite a los módulos solares, ayudando a que se mantengan refrigerados y alcancen una mayor eficiencia. Efecto similar se persigue con algunos proyectos pilotos repartidos por la India o EEUU que plantean el cierre de acequias con paneles fotovoltaicos.
Los paneles pueden servir también a modo de “parasoles” capaces de proteger los cultivos del granizo, aguaceros o incluso del sol durante las sequías y olas de calor. Eso sin contar con que el modelo está directamente ligado a la búsqueda de eficiencia del concepto de Smart farming y, calcula Iberdrola, la generación de electricidad incrementa en más un 30% el propio valor de los terrenos. Con todo, la principal ventaja sigue siendo la de un uso más eficiente y compartido del suelo.